Domingo,
35 grados, media tarde, voy en taxi escuchando salsa brava, la ciudad luce un
poco apagada son cuatro días de vacaciones y muchos se fueron a la playa, el
conductor tararea y hablamos de futbol como si fuera un domingo cualquiera pero
es carnaval y no existe uno “cualquiera”, salimos del centro rumbo al sur, el
taxi se pasa un par de semáforos “porque en carnaval todo se puede” – dice el
taxista – los edificios corporativos desaparecen, las casas y las cuadras se
achican, las calles se estrechan y los olores cambian, en las aceras, familias
con televisor, piscina inflable y cervezas, entre ellos los juegos con agua y
anilina, para los incautos transeúntes, un globazo!, la música abraza toda la
escena pero tan fuerte que no se entiende nada.
Veinte minutos han pasado, el taxi gira en una
esquina similar a las demás y aparecen “las Colectivas”, son dos edificios
construidos en la década de los 50, con 350 familias a bordo y una amenaza de
desalojo pendiente, pero aquí nadie se acuerda de eso, es carnaval y juega
Barcelona, aquí no hay desfiles, ellos van directo a la fiesta.
El taxi
me deja en la esquina porque no puede seguir, tres piscinas improvisadas
cierran el paso, la calle brilla de tanta agua y las personas de tanta
purpurina, el aire huele a caramelo. Sentadas en la esquina, como escondidas
junto a la tienda del barrio unas cuantas madres cuidan a sus hijos más chicos
que están en la piscina con la cara pintada hasta los dientes, parece que el color
morado está de moda. Tómese una cerveza – gritan al verme – salud!, – dicen en
coro – saludo a unos, abrazo a otros, abro la mochila y saco la cámara envuelta
en plásticos y cinta adhesiva azul, parece un juguete, mi propio globo de agua.
Pero este no es un día para protocolos, avanzo entre las piscinas, más allá un
chico sostiene una manguera entre las piernas y con ambas manos estira la boca de
un globo morado, “no lo llenes tanto que se revienta” le advierte uno que pasa corriendo,
escapando de globazos que no le atinan, minutos después regresa con una niña y
entre los tres se dedican a inflar y anudan globos que echan en un balde con
agua para que no se revienten… lo recuerdo, yo jugaba igual.
La niña
es la más hábil para preparar la artillería pero tiene miedo de meterse a jugar
entre los grandes, en el callejón la cosa cambia, “allá es la guerra” me había
advertido Eugenia apenas llegué, avanzo con cautela manteniendo prudente
distancia, a pocos metros la bulla va descubriendo lo que me espera. Una intensa
batalla campal se desata, el callejón no tiene salida, unos arremeten los otros
se ocultan, gritan y ensayan improvisadas estrategias todo parece muy táctico, dos
bandas de seis chichos expertos en fintas, puedo ver como cierran los ojos y
afinan su puntería, por instinto calculan la velocidad y la distancia del
adversario, lanza a quemarropa, está muy cerca y no puede fallar, los otros
huyen entre burlas y carcajadas, la batalla es ficticia, los globazos no.
Aquí
nadie se detiene ni para comer, goooool carajo! y corro a ver la televisión,
Barcelona empató el partido! los vecinos levantan sus cerveza y saltan como si
les hubieran atinado un globazo en plena espalda, se abrazan, toman y me
ofrecen más cerveza, salud por el ídolo carajo! yo también celebro.
Tanta
adrenalina abrió mi apetito, en la esquina de enfrente veo pescado frito con
patacones y otras delicias típicas, decido cruzar la calle pero antes de poner
un pie fuera de la acera una cortina de espuma cae como si fuera nieve, es
mejor dejarse pintar la cara me dice sonriendo una vecina con la cara morada y por
un segundo aplico las fintas recién aprendidas en la batalla para huir de la
escena, cuanto por el pescado “madrina”, tres dólares… deme dos!
Es un
domingo interminable y aún le quedan dos días al carnaval, mañana tendrán baile
y el martes un campeonato relámpago de fútbol pero hoy es para las princesas, corona
de plástico y banda de escarcha, aquí no hay discursos, flashes ni candidatas, todo
es un chiste que la noche y el cansancio extienden por varias horas más, porque
esto aún no termina soy yo quien se despide, el cielo está azul oscuro y ya
huele a merienda de mamá, la mayoría de niños se han ido, el volumen, la salsa
brava y los mosquitos nunca nos dejan olvidar que Guayaquil es así, desordenada
y fiestera.
Después
de coronar y bañar a la Reina del Carnaval fue mi turno con el agua y la anilina
morada, por suerte la cámara quedó intacta, salud!
Esa
tarde Barcelona remontó y ganó 3-2.